El Centro visto desde el Centro
Por José Antonio de la Vega Torres
Foto: Archivo VETA CREATIVA
Desde el exterior del Museo de la Secretaría de Hacienda, en el Antiguo Palacio del Arzobispado en el Centro de la Ciudad de México, paseando un sábado de marzo, encontré una vista que en realidad ya es una experiencia cotidiana: ambulantaje a diestra y siniestra, con lo que conlleva.
Acudí a un concierto dedicado a la música de opereta, zarzuela y canciones mexicanas, pero no lo disfruté. A pesar de ocurrir el espectáculo a puerta cerrada en el patio interior del edificio, el escándalo de los mercaderes y merolicos en la calle resultaba una molestia para el oído, eso sin mencionar la peste a fritanga, orines y mugre.
Es verdad que la iniciativa privada y el gobierno del D.F. han hecho mucho por mejorar las condiciones del Centro Histórico, pero los mercaderes al amparo de una serie de justificaciones económicas, sociales y políticas, parecen querer únicamente adueñarse de los espacios públicos para beneficio de los líderes que los explotan... ¡Perdón! Que los guían y cuidan de sus derechos.
A despecho de lo que piensen Jacobo Zabludovsky, Carlos Slim, Marcelo Ebrard (Jefe de Gobierno) y demás figuras involucradas en el proyecto Centro Histórico, la verdad es que el centro, de Catedral hacia el oriente (atrás del Palacio Nacional y más allá de la Merced, donde está tomada esta fotografía) es poco más que un chiquero, mientras de la plancha del Zócalo hacia Bellas Artes (el horizonte de la fotografía) es un muladar. Eso sí, un muladar bien adoquinado, con "cuadras" remozadas para la vista del turismo.
No se puede caminar sin arriesgarse a ser agredido por algún comerciante en caso de tropezar con la lona donde despliegan su mercancía. No sólo es una contaminación auditiva y visual, es una aventura... de miedo, que quizá introduce variedad si ocurre, como pasó cuando fui, que uno atestigüe cuando los comerciantes "toreros" (los ilegales pero tolerados) en menos de 20 segundos levantan su tinglado en cuanto reciben el pitazo de la presencia policial para refugiarse ni más ni menos que en los establecimientos legales (que tanto se quejan de ellos, pero también los protegen solidarios).
Bien haría el licenciado Zabludovsky, admirado maestro, en recorrer a pie y menos enamoriscado las calles de su Centro Histórico, y hablar con verdad sobre lo que ahí ocurre. Emplear menos el capote y más la muleta en contra de los bureles y monosabios que se sirven con la cuchara grande en el centro de este coso fundamental. Porque nada se gana con comparar el foco de la capital donde se asientan los poderes de la nación con sus equivalentes en España y Francia, donde vacaciona tanto.
También haría bien en visitar más nuestro país y hablar más de las bellezas que este ofrece, pues nunca, o muy pocas veces, lo he visto o escuchado dar pormenores sobre la localización de alguna fondita o barecillo en Chiapas o en el Puerto de Veracruz. ¿Por qué? ¿Acaso fuera de Madrid y París, todo es Cuautitlán?; (lo digo sin ánimo de ofender a los oriundos de allí, sólo para recurrir a una vieja figura retórica).
A esta imagen súmense las más recientes de las manifestaciones y plantones en otros sitios de la capital; las de los campesinos protestando desnudos (quizá esperando estar tras el objetivo de Spencer Tunik), siguiendo con una tradición impuesta por Andrés Manuel "El Peje" López Obrador cuando importó desde Villahermosa a los trabajadores de la limpieza para protestar por las "porquerías" de Pemex en Tabasco (cuando ni candidato era a la gubernatura de ese estado) y... luego hablamos.
